Trabajar a natura es lo más real, pero, a la vez, lo más complicado. Hacer tomas macro en una acera, peor, en una carretera, o en la cabrahiguera de la portada, a unos metros del suelo se convierte en una epopeya. Para poder controlar estas fotos, vamos a intentar un trasplante.

El alumno que escucha y aprende del maestro, honra al maestro y se honra a sí mismo. Hace ya tiempo vi, en los documentales de “La 2”, un making of del equipo de Attenborough sobre su forma de trabajar con los insectos. Reproducían en un estudio trozos de selva, vegetación, humedad, galerías, luces, insectos y sus depredadores, todo lo necesario en unos pocos metros cuadrados para poder realizar sus extraordinarias filmaciones.

La verdad es que yo estoy un poco lejos de tanta perfección, pero por algo habrá que empezar. En el reportaje habrá avispillas Blastophaga psenes como la de la foto, que miden alrededor de 1,5 mm ¡y que estarán vivas! Está claro que serán muchas horas de mirar por el visor de la cámara y mucho trípode y mucho reflector… y no descartemos ayudas de flash y rellenos de sombras.

Es que las fotos de naturaleza, a veces, son algo más que una foto de móvil mientras paseas con tus hijos por el parque.

Entonces recurrí a mis amistades, pedí consejo a Pep Lluís Gradaille, a Monserrat Pons y a Juan Bibiloni, todos ellos mucho más sabidos que yo en temas de botánica, de jardinería y de trasplantes. Saqué en claro que tenía que buscar una rama con leña de más de 2 años, que la tenía que enterrar “lo más posible”, que tenía que ponerla en una maceta con un drenaje extraordinario, que bajo ningún concepto debía dejar que se encharcase, que el corte de la rama a enraizar debía ser “limpio”, que la tenía que mojar en hormona de enraizamiento, que tenía que mantener la tierra en permanente humedad, que no debía “dejarla al sol”, pero si con luz y que ahora, cuando las higueras hibernan, era buen momento para intentar el experimento.

El experimento consiste en tener una cabrahiguera con mamas y prohigos, las mamas bien rellenas de avispillas y los prohigos sanos y receptivos para la cría de una generación de Blastophaga, todo ello en la comodidad de estar en el balcón de mi casa, equipo fotográfico y accesorios sin tener que hacer transportes, incluso con la comodidad de dejar el equipo montado… incluso, si fuera menester, con una taza de té y unas pastas.

Para esto, elegí dos ramas, una con leña de 5 años y la otra de 2 años, que tuvieran mamas, que supongo bien infestadas de avispillas, en la esperanza de que las ramas enraícen y consigan no solo salvarlas, sino que continúen con su proceso vital y en primavera abran sus yemas y desarrollen la cosecha de prohigos. Al tener el trasplante terminado, una rama con mama que estorbaba, la podé y, también, la enterré en la maceta…

Empieza a gustarme esa vida de pseudopayés, ahora solo queda esperar unos meses para saber si la “estaca” ha tenido éxito. Como buen novatillo, todas las mañanas salgo al balcón a ver cómo está mi higuera y a comprobar que las mamas “siguen en su sitio”.